Tras preguntar a los papás del cole y a los amiguitos de los peques cómo estaba siendo la vuelta al cole y tras ver la poca incidencia del coronavirus en las escuelas y después de mucho pensarlo, decidimos que los peques empezasen el cole el pasado día 13 de octubre.
La decisión de llevarlos al cole, al igual que me pasó cuando decidimos no llevarlos, me provoca una serie de sentimientos encontrados. Estoy contenta porque recuperan la rutina y eso significa recuperar cierta normalidad y si alguien se lo ha ganado son ellos, los niños. Ellos, que nos han demostrado ser más responsables que muchos adultos y que nos han dado una lección de manual. Por contra, como a la mayoría de padres, me entristece que vuelvan a un colegio donde todos sus adultos de referencia van con mascarilla, donde los abrazos no se prodigarán como antes y donde no pueden tener contacto con otras clases o celebrar fiestas, entre otras cosas.
La vuelta al cole está siendo más fácil de los esperado, ellos están contentos y nosotros también. Eso sí, yo los echo mucho de menos, la casa está más silenciosa que de costumbre y se me hace raro, por ejemplo, ir a comprar y no estar contando niños todo el día. El pequeño de la casa parece estar contento con la exclusividad que tiene durante horas, pero también se vuelve loco de contento cuando le digo que hay que recoger a sus hermanos. Le falta tiempo, a su año y medio de edad, para traerme los zapatos para que se los ponga y salir corriendo por la puerta.
Y ahora a esperar a ver cuándo confinan nuestra clase o incluso a nosotros. Esto parece una lotería que sabes que te va a tocar, pero no sabes cuándo ni en qué condiciones. La parte positiva es que los datos que se han recogido de todos los pcr hechos en clases confinadas por positivo, por el momento, apuntan a que los niños no son los grandes contagiadores que se creía y, según dicen, las escuelas será lo último que cierren si llegan a cerrarlo todo de nuevo. A ver si es verdad… porque en este país lo de criminalizar a los niños se nos da bastante bien.
Ahora, parece que aquí en Catalunya nos esperan unas semanas durillas con la segunda ola de la pandemia. Aunque creo que el resto de España está más o menos igual.
Qué época tan extraña, qué raro está siendo todo y que harta estoy del virus y de sus consecuencias. Estoy harta de la mascarilla, del gel de manos, de la distancia social, de no poder hacer vida normal, de no poder hacer planes, del miedo al contagio de las personas de riesgo de mi entorno…
En fin, supongo que es lo que toca y habrá que esperar a ver qué pasa, aunque la pandemia apunta a que va para largo, aún así, yo he decidido autoconvencerme de que será un invierno duro, pero que cuando llegue el buen tiempo todo mejorará y con el verano esto se habrá acabado. Mi salud mental necesita poner una fecha y yo he decidido marcarme la próxima Semana Santa como fecha para que todo mejore y poco a poco volvamos a nuestra normalidad, la vieja normalidad. ¡¡No veo el momento!!