Desde que me quedé embarazada me interesé mucho por cómo quería criar a mis hijos.
Algunas decisiones las tomé porque sabía lo quería hacer como es el tema de la lactancia materna, otras por informarme y leer mucho al respecto, como por ejemplo, hacer colecho o utilizar el método BLW para la alimentación de los peques que, además, era un método que había utilizado mi hermana con mi sobrino y que ella me recomendaba cien por cien.
Y como éstas, también tomé otras decisiones, entre ellas, la decisión de no dar alimentos con azúcar o procesados a mis hijos el máximo de tiempo posible. Esto que a priori a todo el mundo le parece bien y lo normal, se convierte en un pequeño problema cuando los niños superan el año de edad. Entonces pasas a ser el padre/madre bicho raro que no le da galletas a sus hijos o una magdalena.
Además, la frase que todo el mundo te suelta es «por una vez no pasa nada«. Lo sé. Sé que por una vez no pasa nada, pero mientras pueda evitarlo, lo evitaré.
¿Por qué decidí que no quería dar azúcar a mis hijos?
Porque quiero que lleven una vida lo más saludable posible y porque creo que los primeros años de vida son muy importantes. Creo que son los años que forjan, no solo su personalidad, sino también sus hábitos y me encantaría que los hábitos de Arán y Ona incluyeran una alimentación sana y equilibrada.
Y es que, si nos ponemos a leer sobre el tema de la alimentación infantil la verdad es que asusta. Al menos a mí.
He leído artículos sobre estudios que señalan que:
- Hay niños de ocho años que han tomado ya el mismo azúcar que una persona de ochenta años.
- O que, una alimentación donde se abuse de azúcares y alimentos procesados conlleva más riesgo de obesidad infantil, enfermedades coronarias o problemas de colesterol.
Pero de todo lo que he leído lo que más me quedó grabado fue leer que la generación de nuestros hijos está previsto que tenga una esperanza de vida más corta que la nuestra por la alimentación que toman.
¿Esto quiere decir que me parece mal que los padres den azúcar a sus hijos? No. Cada padre y madre hace con sus hijos lo que cree mejor para ellos porque nadie se preocupa más por sus hijos que sus propios padres. Pero por eso mismo, tampoco quiero ser juzgada o valorada por lo que hago yo con mis hijos.
Como cualquier padre, busco lo mejor para mis hijos. Puedo equivocarme o no, pero es mi decisión y debe ser respetada. Estoy harta de dar explicaciones y justificarme sobre el tema de la alimentación de mis hijos.
Es curioso, pero de verdad que supone más «problema» para la gente que mis hijos no tomen azúcar que para mis propios hijos. Arán y Ona jamás han llorado, montado un pollo o nada que se le parezca por no comer algo que saben que no pueden comer. Al contrario, ellos preguntan si pueden comerlo, les decimos que no, que eso hace pupa a la barriga o que es para niños más mayores y se quedan tan anchos.
También es verdad, que nos hemos preocupado muy mucho de darles alternativas sin azúcar.
Hago bizcochos y magdalenas con ellos. Lo único que cambio de las recetas es que sustituyo las cantidades de azúcar por dátiles y añado si puedo manzana, plátano o arándanos que endulzan de forma natural.
De hecho, para su cumpleaños les preparé una tarta de manzana con arándanos que me quedó buenísima (¡medalla para mí!). Y, ahora en verano hemos comprado unos moldes para helados y hacemos helados caseros de frutas y yogurt.
Y, por ejemplo, cuando salimos fuera y sabemos que es un cumpleaños o que va a haber muchas cosas que ellos no comen, les llevo ganchitos que compro en una herboristería o unas tortitas que les vuelven locos.
Otra cosa que intentamos hacer es no comer cosas dulces delante de ellos. A veces cuesta porque a mi me pierde el dulce, pero me doy el capricho cuando ellos duermen.
Hasta ahora las estrategias que tenemos funcionan muy bien y tienen sus ventajas y es que al no tomar alimentos con azúcar, me ahorro el tener que negociar con ellos cuándo pueden o no pueden comer según que cosas. De hecho al último cumpleaños infantil que fuimos, la mesa de los peques tenía vasos con lacasitos, muffins y bocadillos de manteca de cacao, sin embargo, Arán y Ona sin que les dijéramos nada se fueron para los platos de fruta, la tortilla de patatas y los bocadillos de embutido. Salió de ellos. Comieron lo que conocían y les gustaba y no tuve que negociar con ellos cuántas magdalenas podían comerse.
Soy consciente de que ya tienen dos años y que en breve no podré evitar que tomen alimentos azucarados. Sobre todo cuando vayan al colegio, pero la idea nunca fue impedir que tomen azúcar, sino crear un hábito de alimentación sana y que el azúcar quede en una posición de «situación especial», no en su día a día. Quizás con el tiempo no funcione y cuando sean mayores hagan todo lo contrario y se alimenten fatal, pero no será porque yo no haya hecho todo lo que creo que está en mi mano para enseñarles lo que creo que es mejor para ellos.
En fin, que he preparado este post porque estoy harta de dar explicaciones y al próximo que me juzgue, valore o pregunte sobre el tema le paso el enlace directo, que me duele la boca de decir siempre lo mismo y de tener que justificarme, que a veces parece que mis hijos son más infelices por no comer azúcar o que los estoy privando de algo imprescindible para cualquier niño.
Aix! Esto de la maternidad qué difícil es a veces con respecto al resto de la humanidad.
Otro día haré un post sobre mi pelea con los regalos de cumpleaños y de navidad de los peques porque el tema tampoco tiene desperdicio. Al final me doy cuenta de que mi lucha en la maternidad no es con mis hijos, si no con el resto del mundo 😉
Muchas gracias por el post! Me gustaría seguir tus pasos y tú opinión y experiencia m ayudan mucho! Un abrazo
Hola bonita. Gracias! Me alegro de que te haya gustado 😉
PD: Tu peque está precioso, tiene unos muslitos la mar de comestibles 😉