El pasado, 23 de abril, hizo dos años que me convertí en mamá. ¡Aix! ¡Qué nostalgia ver las fotos de mi barrigota y recordar las fiestas que montaban dentro los peques por la noche!
En estos dos años mi vida ha cambiado totalmente. No tiene nada que ver con mi forma de vida de hace dos años. Ahora trabajo menos horas, duermo bastante menos, voy más cansada, apenas tengo tiempo para mí y soy infinitamente más feliz. De hecho puedo afirmar con rotundidad que estos dos años han sido, hasta la fecha y sin lugar a dudas, los más felices de mi vida.
Desde que soy mamá he descubierto cosas sobre mí que desconocía. Por ejemplo, he descubierto mi parte más animal, más natural, al alimentar a mis hijos gracias al pecho. Pero también he descubierto mi parte más vulnerable al darme cuenta de que por mucho que me esfuerce y por mucho que lo desee con todas mis fuerzas, no depende de mí que mis hijos estén y vayan a estar siempre sanos y salvos. Y esto cuando lo pienso, yo que de por si ya soy muy sufridora, me angustio.
Han sido dos años de aprendizaje no solo para mis hijos, sino también para mí. En estos dos años he aprendido a ver el mundo de manera diferente y a valorar mi tiempo. Ahora sé cuán valioso es el tiempo que tengo y cómo quiero y necesito invertirlo. He aprendido a priorizar y sobre todo a relativizar. Ahora pienso que mientras estemos juntos y sanos todo está bien, lo demás ya se solucionará.
Mi forma de pensar también ha cambiado. Yo era de las que decía antes de estar embarazada que cuando fuese madre seguiría siendo la misma y no dejaría de hacer según que cosas. La realidad ha sido muy distinta y lo ha sido no porque no haya podido continuar siendo la misma o haciendo las mismas cosas, sino porque no nace de mí separarme de mis hijos más que lo estrictamente necesario para el trabajo. Hoy por hoy no necesito hacer planes sin ellos. Ellos son mis planes.
La maternidad ha resultado ser el mejor trabajo que he tenido nunca, también el más duro, el de mayor responsabilidad y el mejor remunerado y es que; esas sonrisas, esos abrazos, esos besos, esa complicidad, esa necesidad mutua de estar juntos… eso no hay dinero en el mundo que lo pague.
Además, lo he dicho muchas veces y lo repito aquí de nuevo, sé que soy una privilegiada al poder conciliar mi vida laboral con mi vida familiar. Poder organizarme el trabajo y los horarios según mis necesidades, o mejor dicho según las necesidades de mis hijos, es un privilegio que tengo y del que soy muy consciente y que por eso intento valorar en todo momento, porque sé que me facilita el disfrute de la maternidad.
Imaginaos si estoy disfrutando esto de la maternidad que mi intención es repetir la experiencia dentro de un tiempo… Aunque la mayoría de gente piensa que estoy loca por querer otro hijo teniendo ya dos 😉