Este post lo estoy escribiendo el 7 de septiembre de 2018, pero no verá la luz hasta que se confirme que todo está bien y la familia y amigos conozcan la inesperada noticia.
Buffff no sé por dónde empezar a explicar lo que ha pasado. ¡Todavía estoy en shock! Supongo que lo mejor será empezar por el principio…
Desde que tuve a Arán y Ona mis reglas han sido bastante regulares. Ya me advirtieron que el embarazo hacía una especie de reset en el cuerpo y que mi problema de fertilidad (Sindrome del Ovario Poliquístico) podría no interferir en la posibilidad de conseguir un embarazo de forma natural.
Y, aunque me lo habían dicho y me habían explicado varios casos de parejas que habían conseguido el embarazo de forma natural, JAMÁS pensé que yo pudiera conseguirlo. Me parecía más factible que me tocase la lotería que quedarme embaraza de forma natural. Tenía asumido que si quería tener más hijos tendría que recurrir a uno de nuestros embriones congelados. Por este motivo, mi marido y yo nunca hemos tomado precauciones desde que nacieron los peques. Dábamos por hecho que no podíamos quedarnos embarazados de forma natural.
El caso es que como digo, me venía la regla de forma más o menos regular y mi última regla vino el 7 de julio de 2018. Al mes de que me bajase, cuando se suponía que me tenía que bajar de nuevo, empecé con dolores de regla muy fuertes. Tanto que hasta en dos ocasiones me puse una compresa esperando no manchar la ropa interior.
Sin embargo, y pese a los dolores, que eran muy fuertes, la regla no apareció y yo di por hecho que los quistes habían vuelto a hacer de las suyas (me pasó lo mismo antes de empezar con los tratamientos de fertilidad).
Empecé a encontrarme mal. Me dolían los pechos mucho al amamantar a los peques, incluso ellos se me quejaron más de una vez diciendo que de las tetitas no salía leche. Me encontraba cansada y mareada. Mucho acné de golpe y malestar general. Así que di por hecho que volvía a tener los ovarios con problemas.
Fueron pasando los días e, incluso, las semanas, y mi malestar no cesaba. Así que mi marido me insistía en ir al ginecólogo para ver cómo estaba el tema, pero yo le iba dando largas, me daba una pereza terrible. No me gusta ir al médico. Siempre pienso que me van a sacar algo malo y como desde que soy madre tengo pánico a la muerte, iba dejando pasar los días.
Pero el pasado martes, 4 de septiembre, me desperté y busqué en Google los síntomas que yo tenía y algunos de los posibles diagnósticos eran enfermedades muy graves y me asusté mucho. NOTA MENTAL: ¡No se deben googlear nunca síntomas!
Me empecé a agobiar y empecé a pensar que quizás tenía algo grave y que si no me miraban a tiempo la cosa iría a más.
Así que, antes de pedir hora con el ginecólogo, me fui a la farmacia a comprar un test de embarazo con los peques y sintiéndome una loca total. ¿Por qué lo compré si no se me pasaba por la cabeza siquiera la idea de un embarazo? porque las anteriores veces que me había pasado lo mismo (la regla no aparecía por culpa de los quistes), el ginecólogo antes de visitarme me «exigía» una prueba de embarazo negativa para descartar el embarazo, más no habiendo tomado precauciones.
Pues nada, vuelvo a casa con la prueba de embarazo, me la hago y cuál es mi sorpresa… que sale un positivo clarísimo. De hecho se marco antes la raya del test que la de control.
¡No me lo podía creer! ¡Para haberme grabado!
Era por la mañana, estaba sola en casa con los peques y no daba crédito. Venga a andar pasillo arriba y pasillo abajo sin dar crédito. Tuve que mirar varias veces el test antes de asimilarlo.
Lo peor es que eran las 11 y pico de la mañana y hasta las 6 y algo mi marido no llegaba de trabajar. El día se me hizo eterno. Las horas no pasaban y me preocupaba muy mucho cómo podía reaccionar él. No por nada, simplemente, porque no estaba previsto este embarazo y rompía nuestros esquemas de futuro más inmediato. Además de cómo reaccionaría mi marido, no me quitaba de la cabeza a dos amigas a las que no sé muy bien cómo explicarles que estoy embaraza. Sobre todo a una de ellas, mi mejor amiga, porque ha perdido a su bebé recientemente estando la gestación ya muy avanzada.
Cuando llegó mi marido de trabajar nos saludó a los peques y a mí y, como siempre, bajó un momento a Nuka a hacer un pipi rápido antes de merendar. No os imagináis lo eternos que se me hicieron esos minutos hasta que volvió a casa.
Cuando entró por la puerta y antes de que la cerrase le dije que tenía que hablar con él.
El pobre me vio la cara de nerviosismo y me contestó con un preocupado: ¿Qué pasa?
Le expliqué que me había hecho una prueba de embarazo, que había salido positiva y que no era una broma. Lo de que no era una broma lo especifiqué porque justo unos días antes nos habíamos cruzado en el parque con unos amigos que están esperando un bebé y bromeamos con la idea de haberle enseñado a mi marido la prueba de embarazo de ella y haber grabado su reacción.
¡Imaginad si era algo inesperado para nosotros!
Pues resulta que mi marido reaccionó mejor que yo. Sonrió y me dijo que siempre me salía con la mía, que no tendría queja. Esto es porque yo ya había empezado a insistir en tener más hijos en un futuro y él no estaba del todo convencido de ello.
¿Y ahora qué hacíamos?
Según mi última regla, estaba embarazada de 8 semanas y 3 días. ¿Dónde tenía que ir o dónde tenía que llamar? Como no sabíamos muy bien qué hacer, llamamos al ambulatorio. La chica que me atendió me dijo que tenía que que llamar a un número y pedir cita para una primera visita de embarazo con la comadrona.
Lo hice y dadas mis semanas de gestación, 8+3 según mi última regla, me consiguieron un hueco el día 6 de septiembre (dos días después) por la mañana.
Y ese mismo día empecé a tomar Natalben Supra que son las vitaminas que tomé en el embarazo de Arán y Ona.
En otro post os explico la visita con la comadrona que si no, este va a quedar eterno.