Creía que sería muy difícil que entrase en casa el virus. Nos cuidamos bastante y apenas tenemos contacto social. Estaba convencida de que era poco probable cogerlo. Sin embargo, parece que el bicho se cuela incluso en los lugares donde no se le espera.
Manel empezó a encontrarse mal el pasado fin de semana. Tosía y decía no encontrarse al 100%. Yo estaba convencida de que no era coronavirus, tanto es así, que le animé a que pidiese en el ambulatorio que le hiciesen el mismo lunes el test rápido para salir de dudas y que así se quedase tranquilo.
El lunes, día 1 de febrero, llamó a primerísima hora al ambulatorio y le programaron la prueba ese mismo día a las 9.15h de la mañana y, para mi absoluta sorpresa, una media hora después se presentaba en casa con un resultado positivo en la mano. Yo no me lo podía creer. Me puse tan nerviosa que no pude terminar de desayunar e, inmediatamente, pusimos en marcha el «protocolo» que tantas veces habíamos comentado en casa si uno de los dos resultaba positivo.
Decidimos aislarlo y que él se quedase la habitación de matrimonio y nuestro baño. Lo primero que hice fue coger ropa de mi armario para unos días y llevarla a la habitación de dormir de los niños y mover mis imprescindibles del baño al baño de los niños. De esa manera yo solo tendría que entrar en la habitación de matrimonio para dejar y recoger la comida o lo que necesitase.
Mientras hacía esto, cogí el móvil y busqué el contacto de nuestra amiga Sara. Rondaban las 10 de la mañana cuando le envié un audio explicando que Manel tenía coronavirus, que los niños y yo pasábamos a estar confinados y pidiéndole si podían quedarse con Nuka. No habían pasado ni cinco minutos cuando me contestó con un audio diciéndome que no me preocupase, que ellos se quedaban sin problema con la gordis y que hablaba con Jose para ver si podía recogerla antes de irse a trabajar.
Y, a los cinco minutos recibo una llamada suya:
Sara: Eva, he hablado con José, está comprando, me ha dicho que deja la compra en casa y va a buscar a Nuka. Calcula que tarda unos 45 minutos ¿va bien?
Yo: Sí, sí, perfecto. Sara te estoy poniendo la comida de Nuka en una bolsa, yo no sé para cuántos días. Lo pongo a ojo. ¡Aix estoy muy nerviosa!
Sara: Por eso ni te preocupes, pon sobre todo la medicación. Si falta comida, vamos un día a buscarla a la puerta de casa o me dices el pienso que es y lo compramos nosotros. Y luego me dices qué necesitas que te compremos y te vamos a hacer la compra. Lo que necesites y tranquila todo va a ir bien, ya lo verás.
Fue la primera vez que lloré ese día. Me sentí afortunada de tener gente tan maravillosa a mi lado.
45 minutos después Jose recogía a Nuka en casa. Nuka fue verlo en la puerta y volverse loca de contenta, así que por ese lado me sentí tranquila.
Mientras yo organizaba y compraba comida online como si no hubiese un mañana, llamaron a Manel del ambulatorio para programarnos las pcr a los niños y a mí ese mismo día a las 11.30h. Le explicaron que a los niños se las harían en pediatría y a mí en la zona habilitada para adultos.
A las 11 puse en marcha a los peques y nos fuimos los 4 al ambulatorio. Por el camino pensaba que me facilitaría mucho las cosas que me hiciesen la pcr a mí primero y después a los peques, así podría ocuparme de los peques sin tener que estar pendiente de llegar a tiempo a mi pcr. Sobre todo me inquietaba el pequeño porque era la primera vez que le harían una pcr y no entiende como los mayores qué le hacen y por qué aunque se lo expliquemos.
Cuando llegué al ambulatorio, salió una enfermera a buscarnos a la puerta. La pediatra y varias enfermeras nos estaban esperando en una sala. Cuando entramos me dijeron que las enfereras que hacían las pcr a los adultos habían subido expresamente para hacernos allí mismo la pcr a los cuatro juntos. ¡Qué suerte la mía!
Pedí si me podían hacer a mí primero la pcr y después a los niños. Me dijeron que sí, que como a mí me fuese mejor.
Era la primera vez que me hacían una pcr y la verdad que ni me enteré. Utilicé el truco ese que dicen de respirar hondo y despacio mientras introducen el palito por la nariz y oye ¡qué funcionó! Tampoco habría podido quejarme mucho, no tenía opciones, la atenta mirada de mis tres hijos no dejaban margen al error ¡debía dar ejemplo!
Después fueron los peques. Los mayores, como siempre, unos campeones, más teniendo en cuenta que es la cuarta pcr que les hacen. Los pobres están teniendo muy mala suerte con los confinamientos de clase. Hacía apenas 10 días habían pasado por una pcr en el colegio. El pequeño lloró, pero solo fueron unos pocos segundos y enseguida se le pasó. Mención merece que todos los sanitarios que nos atendieron fueron encantadores, dulces y atentos con los niños y ellos, pese a la situación, salieron muy contentos con sus pegatinas de «he sido muy valiente» visibles en sus camisetas.
Volviendo para casa, los peques iban cogidos de la mano, corriendo y riendo y yo solo hacía que pensar en los días más largos que nos esperaban a los cuatro en casa, separados de Manel y sin poder salir a la calle de nuevo. Maldita la suerte que estaban teniendo.
Cuando llegué a casa y cogí el móvil para informar a la familia y amigos de que ya estaban hechas las pcr, tenía incontables mensajes de amigos ofreciéndose a todo por nosotros (comprar comida, tirar la basura y cualquier otra cosa que pudiéramos necesitar). Lloré por segunda vez ese día. No daba a contestar a todo el mundo diciendo que no hacía falta. Que justo el sábado Ona y yo habíamos cargado fruta y verdura para días y que ya había hecho la compra de comida online y nos llegaría el jueves.
Una vez en casa, cogí el famoso Sanitol (mi mano derecha estos días) y me puse a desinfectar superficies, pomos de puertas y cualquier zona que me pareciese jugosa para el virus.
Estaba nerviosa, inquieta y preocupada. Mi mayor miedo desde que empezó la pandemia es verme separada de los niños o encontrarnos Manel y yo tan mal que no podamos atenderlos. La sola idea me aterra. Por eso nos cuidamos tanto y por eso no pensé que el bicho entraría en casa.
Conforme fueron pasando las horas y los amigos nos iban deseando que nuestros resultados fuesen negativos y Manel se encontrase bien pronto, yo cada vez pensaba más que ojalá fuese positiva asintomática. Por pedir… De serlo, las cosas en casa serían más fáciles y no se produciría mi mayor miedo que es vernos impedidos para cuidar de los peques. Además, de ser positiva, ya no tendría que estar analizando todos los días si tengo síntomas, si me encuentro bien o no o pensando constantemente si lo habré pillado.
El día pasó y llegó la noche y la noche fue como el día. Extraño. Todo era extraño. Los niños preguntaban hasta cuándo Manel estaría aislado y estaban nerviosos e inquietos. Aún así, durmieron mejor de lo esperado.
Llegó el segundo día y con él los resultados. Los niños, los tres negativos (estaba convencida de que alguno de ellos daría positivo). Yo positiva. Sentí alivio y creo que, en el fondo, Manel también, porque nuestro protocolo cambiaba.
Siguiendo recomendaciones médicas, levantamos el aislamiento de Manel y decidimos hacer vida medianamente normal dentro de casa. Aunque nos recomendaron que los dos llevásemos la mascarilla puesta durante todo el día, a la práctica a mi me resulta imposible, sé que no es lo correcto ni lo idóneo, pero necesito tener contacto normal con los niños y no me veo capaz de negarles un beso o un abrazo. No soy capaz. Manel, que sí que tiene síntomas propios de una gripe y no se encuentra bien, es el que lleva doble mascarilla por casa, come y duerme a parte y mantiene «ciertas distancias».
En cuanto a la casa, ventilamos muchísimo y vamos desinfectando tanto como podemos. Tenemos la suerte de tener un piso muy bien orientado y de que está haciendo muy buena temperatura, así que tenemos abierto prácticamente todo el día.
Al final, nuestra idea es minimizar el riesgo de contagio de los niños, disminuir la carga viral que pueda haber en casa y que Manel pueda estar al 100% en breve. Así, si llegado el momento yo llegase a encontrarme mal, Manel y yo podríamos cambiar los roles. En cualquier caso, nuestro mayor objetivo es que los niños estén atendidos y convivamos con la mayor normalidad posible durante la cuarentena. Ahora mismo me preocupa más que los niños vivan nuestros contagios como algo traumático o que cojan miedo al virus, que el que ellos se contagien y valorando eso, estamos haciéndolo tan bien como podemos.
Yo, de momento no presento síntomas y ojalá siga siendo así. Es casi mi mayor deseo ahora mismo. Si que es verdad que el primer día me dolió mucho la cabeza, pero lo achaco más al estrés del día. También es verdad que al día siguiente me dolió la espalda, pero eso también lo achaco más a la nochecita que pasé durmiendo con un bebé en una cama minúscula y con una madera clavada en la espalda.
Ahora mismo estoy tranquila y me siento optimista. Eso sí, no miro ninguna noticia relacionada con el coronavirus por no sugestionarme e intento tener la mente ocupada en todo momento. Solo quiero que los días vayan pasando sin sorpresas.
Hoy, es un día menos!