Mucho antes de ser madre había escuchado a otras muchas madres las típicas frases de: «¡Ui! Hace un rato que no escucho al niñ@ ¡Algo malo estará haciendo!» o ¡El/la niñ@ está muy callad@! ¿Qué estará tramando?»
Y jamás unas frases fueron tan verídicas.
Lo he comprobado en mis propias carnes. Cuando los peques están muy callados o dejamos de escucharlos jugar es, la mayoría de las veces, porque nada bueno están tramando.
Y claro, en ese momento en el que a lo mejor estás en el sofá medio sentada, medio espachurrada, mirando los WhatsApp del móvil que no has podido leer en horas o cotilleando Instagram, se abre en ti como madre un debate interno importante: Ir a ver qué están haciendo o dejarlo pasar y ver si sobreviven a la posible travesura que estén llevando a cabo en ese momento.
Y decidirse no es fácil. No es una decisión cualquiera.
Si vas y resulta que no están haciendo nada malo o peligroso, te juegas que te vean (que pasa siempre, tienen como un sensor) y que te pidan que te sientes a su lado para jugar con ellos, a lo que, evidentemente, una no puede negarse.
Y si no vas, te arriesgas a que te la estén liando pardita y que resulte que lo que están haciendo sea peligroso o de muy difícil reparación.
En mi experiencia, al ser dos, cuando están en una habitación diferente a la que nosotros estamos en ese momento y dejamos de escucharlos chismorrear entre ellos, reírse, mover juguetes o sillas… ¡Tiemblo! Sé que no están haciendo nada bueno y en mi gran optimismo y tras pensármelo dos veces, me acerco de puntillas y lo más silenciosa que puedo a ver qué están tramando.
La mayoría de veces, han movido alguna silla y están cogiendo cosas que no deberían. Coger mi joyero ha sido la penúltima que han hecho. Estaban muy entretenidos sacando pendientes y collares brillantes de una caja que para ellos era nueva. Hay que entenderles ¡Habían encontrado un tesoro!
La última ha sido pintar la puerta del horno con unos rotuladores que les habían regalado en el último cumpleaños infantil al que habíamos ido y que, parece ser, no habíamos guardado lo suficientemente bien. En este caso, al ser la puerta del horno y con rotuladores de colores pudimos limpiarlo fácil, pero ya nos vamos haciendo a la idea de que es cuestión de tiempo que tengamos por las paredes más de una obra estilo Picasso a la altura de los peques.
Hace poco nuestra pediatra nos dijo que la naturaleza es sabia y que cuanto más cansada es la época de los peques en la que nos encontremos, más divertidos están ellos para compensar y ¡es cierto!. Y aunque es verdad que nosotros no podemos quejarnos porque tenemos dos soles por hijos que se portan super bien ¡nuestra pediatra tiene más razón que un Santo!. Todo lo que tienen los peques de pillines y de energía inagotable lo tienen de divertidos. No hay día que me vaya a la cama sin haberme reído un buen rato con ellos. Están para comérselos. Realmente a sus 22 meses están en una etapa muy muy divertida.